domingo, 28 de diciembre de 2008

Dolor e Indignación (por Román Mazzilli)


Una vez más...

Elegí esta nota publicada por Román Mazzilli para mostrar mi descontento con la situación actual que se vive en Gaza. Y también para adherirme a su razonamiento.

Parece cosa de otras épocas indignarse porque un Estado realice una masacre sobre objetivos civiles de otra nación.

Parece que Palestina queda muy lejos.

Parece que hay quienes temen ser sospechados de antisemitas si repudian y condenan las prácticas terroristas del estado de Israel.

Parece que el temor de repudiar una masacre es ser sospechado de simpatizar con quienes ejercen el terror desde el otro lado del conflicto.

Parecen muchas cosas en esta espiral de odio y sangre del cual Medio Oriente es solo un vértice.

Entre la Navidad y el Año Nuevo hoy es un día de luto, de reflexión, de hartazgo y verguenza.

Mas de doscientos palestinos asesinados por los bombardeos del ejercito israelí y una israelí asesinada por los morteros de Hamas.

Que no nos anestesien nuestra capacidad de indignación y de compartir lo que nos duele.

Román Mazzilli

lunes, 1 de diciembre de 2008

Un camino hecho de tanto andar (una vida, una historia)

Javier Costas es cartonero desde hace ocho años, tiene tres hijos y vive en Moreno. Trabaja toda la semana 10 horas por día recorriendo las calles de Palermo, recoge cajas para venderlo a un comerciante que vive cerca de su casa. La ganancia que percibe es de aproximadamente 30 pesos diarios. La noche lo encuentra merodeando por las calles del coqueto barrio porteño.
“El recorrido siempre es el mismo” comentó Javito, como le gusta que le digan. Los brazos fuertes, adornados con unos tatuajes en cada uno, empujaban el carro que parecía destartalarse a cada paso. “La gente ya me conoce y se portan muy bien conmigo porque saben que yo prefiero caminar y juntar cartones antes que robar, algunos vecinos reciclan lo que para ellos es un desperdicio y lo dejan aparte para que yo lo recoja”.
La fortaleza de este hombre no era solo corporal, todos sus pensamientos eran sanos y tenían una carga de optimismo: “Es un esfuerzo enorme el que hago, pero lo tengo que hacer por mis chicos, ellos tienen que ir a la escuela y no andar por la calle como yo. Me costó aceptar, esto soy, ya no vivo como antes y no tengo lo que tuve antes”.
Por la avenida Santa Fé pasaban autos muy cerca de él. “Una vez me chocaron, por suerte fue un golpe y no me pasó nada grave”, explicó mientras seguía adelante sin preocuparse por los coches, cada tanto detenía su andar para juntar sus cajas tan preciadas. “Acá en la calle estás muy expuesto y te podés encontrar con cualquier cosa, te roban, te enfermás, te putean y te discriminan, pero esto último es lo que más duele”. Hizo un descanso, se limpió el sudor de la cara con un papel y agregó: “Es muy feo que te miren con desprecio, como si fueras un estorbo, ¿sabés por qué loco?, porque yo tuve todo y nunca traté a nadie con indiferencia”.
“A principios del año 98 me echaron de la fábrica textil en la que trabajaba porque tenían que reducir los gastos, pero como dieron unos mangos y me quedé contento. A medida que buscaba trabajo iba gastando la plata hasta que me quedé sin nada, de ahí en más se fue todo a la mierda. Fue muy jodido”. Es difícil vivir pensando que el pasado fue mejor, y este trabajador lo demostró, cada frase que comentaba sobre su vida pasada como “clase media” terminaba diciendo: “pero hay que mirar para adelante y seguir andando”.
Después de caminar unas cuadras mientras hablaba de su familia frenó su carro y se cruzó de vereda, allí lo esperaba un conocido. El encargado de un edificio, amigo de Javito, con un tono irónico, dijo: “Este siempre viene acá y deja un quilombo, rompe todas las bolsas y después no junta lo que queda en el piso”, sin embrago enseguida reparó: “No, nada que ver, este muchacho es muy ubicado y respetuoso. Acá en el barrio es popular porque conocen su historia y siempre que se puede le damos una mano”.
“Por suerte la gente me da algunos alimentos para que lleve a casa, sino no llego con la plata” comentó. La situación está complicada para los cartoneros, el precio del cartón bajó en dos meses a la mitad, pero, como en todo momento, nunca perdió la fé y agregó: “Me pagan 17 centavos el kilo. Yo tengo que agradecer a Dios, porque los chicos del depósitos de algunos supermercados siempre me ayudan con alimentos, además de cartón, y esto hace más fácil mi laburo, gracias a ellos no tengo que traer a mi hijo más grande para que venga a trabajar conmigo”.
Antes de que amaneciera, Javier llegó al barrio de Retiro, allí lo esperaba un camión y explicó que ese era el final de su jornada laboral, solo quedaba esperar a que sean las siete de la mañana para ir a vender el cartón y el tiempo sobrante por lo general lo utiliza para descansar. “Si alguno de los chicos se retrasa lo esperamos jugando a las cartas, algunos duermen porque saben que la noche terminó pero el día de trabajo sigue hasta que nos paguen” añadió un cartonero amigo, que vive a pocas cuadras de su casa.
En algunas de sus paradas típicas en las que revolvía las bolsas de consorcio muchas personas lo miraron con desprecio. Su actividad se torna más difícil por el lugar en el que trabaja; el egoísmo, la arrogancia y la necedad abunda en ciertos vecinos que les molesta ver a un ser que hace digno un trabajo tan insalubre.
La oscuridad nocturna es testigo de cómo esta persona noble se esfuerza para mejorar su condición que tal vez nunca cambie. Seguramente el cielo recibe la mirada cuando Javier implora por más energía para seguir andando para lograr su tan anhelado objetivo: Un mejor bienestar para su familia querida.