viernes, 27 de febrero de 2009

Un día único como tantos otros días

Te busca Gastón, despertate!. Está afuera, atándose los cordones, quiere mostrarte las zapatillas nuevas. Palabras textuales de mi mamá en una mañana de verano (vaya a saber de que año).
Recuerdo esas vacaciones como si fuese ayer.
Nada era más importante que estar en la vereda con mis amigos preocupados, esperando aquella iluminación, “el qué hacer”.
Los rayos del sol alumbraban nuestras cabezas, las gotas de traspiración recorrían nuestro rostro, algunos de los míos se limpiaban esa gota de agua, otros la dejaban correr. Sin embargo todos estábamos pensando en ese divertimento que iba aplastar esa incertidumbre. Sentados en alguna sombra, debatíamos si era mas entretenido andar en bici, jugar a la pelota o ir a la casa abandonada.
No me acuerdo cuanto tiempo pasó, seguramente no más de una hora, hasta que la pelota fue la protagonista de esa mañana calurosa. A medio inflar la redonda fue golpeada una y otra vez por almas desesperadas que anhelaban un gol. Nadie quería parar, los arcos estaban puesto una vereda frente a otra, el movimiento del barrio era escaso, y gracias a ello no teníamos a nada que interrumpa nuestro partido; tal vez algún auto pasaba muy despacio pidiendo perdón, estaba claro que ese era nuestro lugar.
Las calles de mi jurisdicción hacían inútil las pruebas de los mejores calzados deportivos, y las medias si eran blancas se transformaban en rojas, automáticamente. Pobre del que caía en ese empedrado, con seguridad se quedaba con alguna rodilla pelada, la herida que pasaba a ser una simple marca de batalla.
Algunas ventanas fueron golpeadas una y otra vez por el futbol, pero nunca pasó a mayores. Las hojas de los árboles, arco de nuestro encuentro futbolístico, fueron víctima de esas saetas con mala puntería, y el arquero del otro equipo tenía que esquivar ese llanto banco de la inocente hoja lastimada.
Los partidos siempre eran parejos, cambiábamos algunos jugadores en caso que algún equipo tuviera una ventaja importante, no había problemas por el resultado, todos cooperábamos para que todo sea más equitativo.
Pero cuando se acaba, se acaba. No hacía falta que suene el silbato para que termine el encuentro, con el grito de cualquier madre la pelota dejaba de circular, era mágico.
Se terminaba el partido y no importaba, todos los protagonistas descansábamos y no pensábamos en irnos a nuestras casas hasta que nos lleven de los tirones. Estaba escrito quienes iban a ser los últimos dos o tres que se quedaban en la calle, sin embargo ellos no corrían con ventaja, la siesta lo encontraba encerrado en su casa hasta que sus padres se dignen a dejarlos ser libres, otra vez, como esa mañana.
Esa mañana de verano que recuerdo todos los días, tan común como tantos otros días.
Nota: El tiempo verbal esta utilizado de tal manera para demostrar que no solo fue un día al que recuerdo puntualmente, sino que era muy común como tantas otras mañanas.

jueves, 19 de febrero de 2009

Un triste despertar después de ver la evolución

Hoy volví de unos años adelante. Les voy a contar lo que ví:
En mi paseo por Egipto encontré a las pirámides, no se dan una idea de lo linda que están, ya dejaron de ser esas piedras insignificantes, ahora es un parque de diversiones lleno de montañas rusas en su interior, y además tienen un tren fantasmas con unos cuerpos encintados que te dan un miedo bárbaro. Pero eso no es todo, también encontré una sala para mayores que te encierran en algo que le dicen tumba y te proyectan imágenes de unas mujeres vestidas ridículamente, que poco a poco se van desvistiendo hasta quedarse desnuda en su totalidad.
Después pasé por el Mac Donlads de Nueva York, el más grande del mundo, un deleite. La gente se sentaba en la mesa sin una solo bandeja, porque lo que te vendían unos tubos, con varios motivos, (en mi caso elegí uno de Shrek 48) y estos dispositivos si apretabas un botón salía una maguerita que se te metía en la traquea para largarte poco a poco el liquido viscoso que te alimenta y nutre a la vez. ¿No es increíble? Ni siquiera tenés que agarrar con la mano ni ensuciarte la boca.
Como estaba cerca decidí y a ver la casa matriz de Google. Ah no, no no no. Es lo mejor que me pasó en la vida, millones de personas sentadas frente a una pared blanca sin ningún papel alrededor. Solamente gozaban de un aparatito, muy parecido a lo que se llama pen drive, enchufado al parietal derecho y con unos anteojos de vidrios negros. Todos estaban desnudos porque ese es el lema de la compañía “aquí se viene a trabajar como quiere”. Lo más loco es que en su tiempo de descanso lo único que tienen que hacer es dar vuelta la silla y ponerse otros anteojos, unos con vidrios rojos, osea no se mueven en todo el día, es buenísimo. Aparte no hay árboles ni nada de eso, simplemente en el núcleo del edificio hay un aparato gigante que tiene cables por todos lados y castiga a quienes no están trabajando.
Ah, y la Estatua de la libertad cobró vida. Ahora ella se encarga de decidir quien entra y sale de su país. Me contaron que insertaron en ellas los genes del aparato republicano de los años 1900 hasta el 2500. Si bien no sale de su lugar porque puede haber un conflicto internacional, ella se mueve para bajar, de un manotazo con llamas, a los barcos voladores que tratan de entrar a Estados unidos sin la Visa electrón.
Como ya estaba medio cansado volví a Latinlandia y pasé por las ruinas de Machu Pichu, cuando llegué lo primero que pensé es por fin le dieron utilidad a estas piedras. Hayyyyy, estaban tan lindas, toda alfombrada con cuero de cazadores africanos, una hermosura, y eran parte del Village cinema. Las películas tardaban un montón, pero como te dan los tubos de Mac y los asientos tienen otra manguera que se te inserta en la cola, no hace falta que te muevas. El estreno de ese momento era: “El curioso caso del Hombre de 2000”, una comedía que se ríe de la vida miserable que llevamos nosotros, tardaba cinco días la peli.
Pero como ya había visto muchos cambios, no me animé a pasar por Argentina y decidí despertarme de este lindo sueño que tuve para ser parte nuevamente del letargo social actual.
Dedicado a quienes creen que la revolución esta en los teclados y no en su cabeza.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Precipicio para dos

-¿A donde vamos?

-Allá. A ese lugar donde el flaco (Spinetta) suele inspirarse. Ahí, en ese campo en el que podemos descansar y mirar el cielo deleitándonos con sus estrellas.

-¿Será en un bote, un descampado al aire libre, qué es?

-Espera un poco, es lo que venimos a buscar, aguantá. Quedate tranquilo, es nuestro espacio.

-Pero… ¿Ya llegamos, no falta mucho?

-Ey, disfrutá un poco de este viaje. No nos vamos a morir por mirar por la ventana

-¿De que estás hablando? Acá no hay ventana.

-Arriba de tu hombro derecho vas a ver el cielo. ¿Lo podés divisar?

-Claro, pero… no estamos en un auto, ni nada que se parezca, no hay ventanas. ¿Acaso no estamos caminando?

-¿Viste la mochila que tenés en tu espalda?

-Sí, claro. Está muy pesada, y la verdad es que no quiero seguir caminando con todo este peso.

-Bueno eso significa que estamos de viaje. La ventana es una representación de la costumbre que tenemos de ver todo sentado arriba de un coche, avión o lo que sea. Seguramente, si tu mochila no te pesa y si no encontrás un marco para entorpecer la vista, quiere decir que estás disfrutando de una simple vivencia. Los viajes no son viajes si no hay vivencias.
Experiencias, de eso se trata.

-No entiendo, no entiendo nada de lo que me estás diciendo.

-Disculpame, no se ni que te dije, estaba mirando el ocaso que se acaba de ir...

A diario nos encontramos con simples conflictos cuando dos o mas personas emprenden alguna modesta vivencia, en este caso mientras el sol se escondía detrás de una triste precipicio. Esta
situación, se desarrolla en un escenario superfluo. La idea de estas lineas es mostrar tipos de perspectivas muy distintas y conceptos distintos de como disfrutar un viaje, asi sea minimo en insignificante el destino.

viernes, 6 de febrero de 2009

(En blanco)

No se me cae una idea, pero tengo que hablar necesariamente de lo feo que es sentarse frente al ordenador cuando no tenés como adornar el blanco de la pantalla.
Siempre me pregunto cómo empezar, y seguido a ello tipeo palabras sueltas para ver que sale. Hay momentos en que lo que escribo carece de todo tipo de sentido, sin embargo me gusta escuchar el sonido del teclado y trato de ponerle un ritmo al golpear las teclas con los dedos. Pienso en lo difícil que se tornaba la escritura décadas atrás cuando la Olivetti era todo un estandarte, y en esa época si que el dedo cumplía un trabajo mayor.
Sigo. Pero no se como rellenar el espacio. No me voy a poner a contar las veces que en las hojas de un cuaderno tapa dura escribía canciones o frases que eran obsoletas al día siguiente. Recuerdo como me arrepentía de las banalidades a las que me refería y la vergüenza que me daba tener eso cerca mío. Hoy me arrepiento totalmente de haberme deshecho de esas reliquias que describían algún estado emocional de una adolescencia rica y llena de matices. En ese entonces, cuando la hermosa estupidez era el núcleo circundante de mis días, no me costaba sentarme en la mesa o tirarme en la cama a recriminar al mundo que nos rodea con el lápiz y el papel como caballo de batalla.
No era mi intención tener una regresión, perdón. Lo que pasa es que no se como seguir con esto de las palabras, letras, oraciones. Es complicado.
Nunca me voy a olvidar el día que tuve que escribir para un trabajo sobre una experiencia relacionada con un viaje (pseudo crónica). Estuve sentado frente al monitor aproximadamente 2 horas sin escribir una sola palabra, tenía toda la idea. Pero empezar era tedioso, el cenicero estaba lleno de cenizas y colillas, el mate estaba lavadísimo y mi cabeza desorientada. Después de un tiempo las palabras empezaron a salir y terminaron siendo unas lindas líneas cargadas con alto grado de emotividad.
Bueno, basta. Ya está.
No puedo escribir nada, no se me cae una idea. No se como empezar
¿Sobre qué y de qué manera?
Borro todo entonces.