miércoles, 19 de noviembre de 2008

Experiencia ciega para compartir


Por un momento fui no vidente, y como vivencia me gustaría compartir y plasmar con palabras las emociones sentidas gracias a un espectáculo muy recomendable.
La sensación que me causó en primer momento fue sentirme emancipado de toda inseguridad que se vive en la calle. Sin embargo, nuestro miedo pasa a ser inocente e infantil: el temor a la oscuridad.
Cena a Ciegas con Luz fue una experiencia que no deja un poco de cabida al adjetivo convencional, se trata de la cena en la negrura absoluta con una oferta artística impecable.
La oscuridad es protagonista de la propuesta que ofrece una gran variedad culinaria acompañada de la armónica voz de Luz Yacianci y del pianista de Carlos Cabrera.
Dejarse llevar por la penumbra causa sensaciones paradójicas, en primer lugar fue el miedo, pero poco a poco desaparece y predomina la confianza en quienes te rodean.
El olfato y la degustación de los distintos tipos de comidas se agudizan ante la ausencia del sentido de la vista. La percepción del sonido ambiente y de la música que brindan artistas de primera clase, logran que el espectador disfrute al cien por ciento de la armonía climática acompañada de un menú original en total oscuridad.
Presenciar esta propuesta única dentro del mercado artístico es muy recomendable para que podamos despertar la imaginación cuando no se ve. (www.teatrociego.com)

viernes, 7 de noviembre de 2008

Una luz guía de mi libertad


Mi libertad tiene nombre y apellido
Mi libertad es tan grande como el mar, una montaña, el cielo azul
Es tan significante como un abrazo, como el erizo de la piel y el sexo de dos almas que se aman
Es perderme en tu mirada, suspirar el aire tuyo, es hablarte con el corazón
Es perdernos con el pensamiento para idealizar el anhelado futuro
Es sentir que estés sin estar, en mis sueños, en mi despertar
Es creer
Es saber que no hay límite para nuestro amor, saber que podemos llegar a donde no se llega
Es estar creciendo todo el tiempo, juntos como siempre o como nunca
Es la calma que me trasmitís, la seguridad que compartimos
Es nuestro deseo, aquel que guardamos y cuidamos
Es mirarte
Es una canción, una balada en la que somos protagonistas
Es un viaje que tiene como único destino la felicidad
Es certeza de que hay dos almas enlazadas por el hermoso motivo de amarse
Es un día intenso de tanto amarnos
Es cada paso que doy en mi vida en la que me acompañás
Soy dueño de mi libertad y la tengo gracias al amor que me regalas cada segundo
Mi libertad tiene nombre y apellido
Dedicado al ser más divino que me acompaña todos los días: Orne de mi vida

lunes, 3 de noviembre de 2008

La radio, una compañera fiel


Sucia, llena de polvo, en la casetera algún rock nacional y un reproductor de cd que nunca anduvo. La radio fue mi mejor amiga en los primeros años como residente de la inmensa y loca Capital Federal.
El abanico de opciones que me ofrecía la fm lograba que en mí tiempo libre me encuentre mirando a la pared de mi departamento (a modo de autista), escuchando con atención aquello que comentaban los protagonistas que estaban dentro de los parlantes; este escenario se repetía a día día, y era mágico.
La ausencia de la caja boba hizo que encuentre en la radio una nueva amiga, una compañía ideal, una fuente sonora que me dejaba atónito ante cualquier situación curiosa. Las caras de los locutores o conductores de los programas que me seducían eran para mí una hermosa intriga.
Cada vez que salía del pequeño aposento que me albergaba la radio quedaba encendida. Acostumbrado al barullo de una familia numerosa, me costaba mucho llegar a mi casa y que el único ruido sea un extractor que estaba prendido 24 horas del día. Entonces, cómo no voy a dejar que me reciba mi compañera querida; llegar y escuchar música o alguna voz amiga me cambiaba el ánimo.
El pequeño huevo reproductor de sonidos, fácil de transportar me acompañaba a donde sea: la cocina, el baño, la pieza y, por supuesto su lugar, el mueble vacío, que después pasó a ocupar su enemiga número uno: la televisión. Cuando leía, el dial estaba clavado en Aspen o Gen, la música no me desconcentraba tanto como los programas camaradas de la tarde (Todo Pasa, Animal de Radio y el querido Mario Mazzone).
Esta compañía ya no es única, la televisión y la computadora son otras opciones que compiten con quién alguna vez fue mi única amiga. Hoy no escucho la radio como antes, sin embargo sigo teniendo contacto con ella gracias a que los programas televisivos casi no tienen sentido y también por lo poco productivo que me parece estar frente a la computadora mucho tiempo.
Nota: Estas líneas la escribí en pocos minutos escuchando las voces acompañantes de todas mis tardes, producto de la magia radial.