lunes, 3 de noviembre de 2008

La radio, una compañera fiel


Sucia, llena de polvo, en la casetera algún rock nacional y un reproductor de cd que nunca anduvo. La radio fue mi mejor amiga en los primeros años como residente de la inmensa y loca Capital Federal.
El abanico de opciones que me ofrecía la fm lograba que en mí tiempo libre me encuentre mirando a la pared de mi departamento (a modo de autista), escuchando con atención aquello que comentaban los protagonistas que estaban dentro de los parlantes; este escenario se repetía a día día, y era mágico.
La ausencia de la caja boba hizo que encuentre en la radio una nueva amiga, una compañía ideal, una fuente sonora que me dejaba atónito ante cualquier situación curiosa. Las caras de los locutores o conductores de los programas que me seducían eran para mí una hermosa intriga.
Cada vez que salía del pequeño aposento que me albergaba la radio quedaba encendida. Acostumbrado al barullo de una familia numerosa, me costaba mucho llegar a mi casa y que el único ruido sea un extractor que estaba prendido 24 horas del día. Entonces, cómo no voy a dejar que me reciba mi compañera querida; llegar y escuchar música o alguna voz amiga me cambiaba el ánimo.
El pequeño huevo reproductor de sonidos, fácil de transportar me acompañaba a donde sea: la cocina, el baño, la pieza y, por supuesto su lugar, el mueble vacío, que después pasó a ocupar su enemiga número uno: la televisión. Cuando leía, el dial estaba clavado en Aspen o Gen, la música no me desconcentraba tanto como los programas camaradas de la tarde (Todo Pasa, Animal de Radio y el querido Mario Mazzone).
Esta compañía ya no es única, la televisión y la computadora son otras opciones que compiten con quién alguna vez fue mi única amiga. Hoy no escucho la radio como antes, sin embargo sigo teniendo contacto con ella gracias a que los programas televisivos casi no tienen sentido y también por lo poco productivo que me parece estar frente a la computadora mucho tiempo.
Nota: Estas líneas la escribí en pocos minutos escuchando las voces acompañantes de todas mis tardes, producto de la magia radial.

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